Por Luisa Navea Lucar
A dos semanas de que se cumpla el vigésimo aniversario de la caída del
Muro de Berlín, la capital germana festejará con la "Fiesta de la
Libertad", que arrancará con un concierto y culminará con el derribo de
un dominó gigante, cuyas piezas serán ubicadas siguiendo las huellas del
antiguo muro.
¿Pero qué quedó en la retina de quienes vieron de cerca el comienzo de la
reunificación alemana?
Veinte años atrás, un 9 de noviembre; que como cualquier día de ese mes, casi
entrando al invierno, la niebla parece fundirse con el suelo. Se fraguó algo
impensado y sorpresivo para quienes fueron testigos del que sería un momento
histórico: la caída del muro de Berlín. Dos chilenos, que presenciaron desde
suelo germano la reunificación, relatan a "La Segunda" cómo fue el
reencuentro de las dos Alemanias, separadas durante 28 años por un muro de
hormigón de 4 metros de alto, en Berlín. Y una frontera de 1.300 kilómetros
de largo que los aislaba del resto del país.
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EN UN PERFECTO ALEMAN, Ricardo Riesco se comunicaba con el Canciller de la
época Helmut Kohl.
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Cabe recordar que después de la
II Guerra Mundial Berlín quedó dividida en cuatro zonas que al final se
convirtieron en dos: la oriental a manos de los soviéticos y la occidental a
manos de los aliados (Estados Unidos, Reino Unido y Francia).
Primer embajador en pasar a la RDA
"Fue algo providencial. Nadie fue capaz de predecir que se iba a
producir la reunificación alemana", precisa Ricardo Riesco Jaramillo ,
doctor en Geografía de la Universidad de Bonn y rector de la Universidad de
San Sebastián, quien en ese entonces era el embajador de Chile en la
República Federal de Alemania (RFA).
El proceso lo observó desde Bonn, sede del gobierno federal de Alemania
occidental, situada a 500 kilómetros de Berlín, a donde llegó en 1987 a
presentar sus cartas credenciales al Presidente Richard Von Weizsäcker.
Recuerda que ese sábado 9 de noviembre de 1989 escuchó por radio la
información no confirmada de que había desconcierto en la "Grenze"
(frontera)", de 1.300 kilómetros de largo, que obstaculizaba a los
alemanes del oeste a migrar al interior de Alemania y fuera de ella.
Decidido, partió a la frontera con su esposa y sus seis hijos: compraron
provisiones en una estación de servicios y luego de recorrer unos 150 kilómetros
se toparon con una barrera y, tras ella, una muralla de 3,20 metros y un
portón por el que se accedía a la "franja de la muerte".
Riesco detalla que en ese momento se percató de que la puerta estaba
entreabierta; tocó suavemente la bocina y aparecieron dos soldados de la RDA,
con un fusil cada uno y lo flanqueron. "Eran amables y jóvenes, me
preguntaron quién era y qué quería. Me presenté como el embajador de Chile en
Alemania y les dije que deseaba cruzar".
Recuerda que ambos soldados se miraron y le contestaron: Si usted así lo
desea... "Coincidía con lo que había escuchado en la radio: había
desconcierto en la frontera. Crucé al otro lado, a dos kilómetros por hora,
temiendo que fuera una trampa y me dejaran encerrado", relata.
En su Mercedes Benz avanzó por una franja de dos kilómetros iluminada, con
fosas, torres de vigilancia, hasta que llegó a un segundo portón, el de
entrada a la RDA.
-Era la frontera más impermeable que haya existido jamás en la historia
mundial-, puntualiza.
Pero más maravillado quedó aún, cuando cruzó aquel portón: "Me
retrotraje a 1945, casi 50 años atrás, a una Alemania intacta, en que las
casas tenían las marcas de los cañonazos en las murallas, los vidrios aún
permanecían rotos y los caminos eran de adoquines".
Guiado sólo por su intuición continuó su camino hasta que se encontró con
unas alemanas con polleras largas, de pañuelo en la cabeza, portando unos
canastos con huevos... "Les regalamos el picnic que llevábamos y parte
de las cosas que traíamos puestas. Ellas lloraban de felicidad. Y los
plátanos que les dimos fueron como si les regalaran una barra de oro".
Las mujeres lo guiaron hasta que llegó a Eisenach, distante a 282 kilómetros
al suroeste de Berlín.
"La ciudad era de novela y al llegar a la plaza encontramos a toda la
gente en torno a un ollón comiendo sopa de lentejas. Nos recibieron con mucha
alegría; era como si hubiese llegado un libertador y el auto era visto como
si hubiese llegado una nave espacial".
A las 17:00 horas, casi anocheciendo, la familia Riesco comenzó su viaje de
retorno con el miedo de que pudiera estar cerrado el portón. Pero éste se
mantuvo abierto: "Lo cruzamos y detuve el auto, me eché para atrás y me
di cuenta de lo inconsciente que había sido, pero tenía la certeza de que era
un hecho histórico que no se iba a repetir".
"Mi primera impresión fue que llegaron marcianos"
A 296 kilómetros del noreste de Berlín, en la localidad de Kiel, Alfonso de
Toro , catedrático chileno-alemán de la Universidad de Leipzig, no dejaba de
asombrarse con la caída del Muro de Berlín.
"No teníamos conocimiento de todas estas marchas en Leipzig, donde nació
toda la revolución tranquila. Sólo sabíamos que las negociaciones estaban en
marcha entre ambas Alemanias: Honecker había sido recibido con todos los
honores de Estado por el entonces canciller Helmut Kohl", puntualiza.
De Toro era profesor asistente de cátedra en Kiel y nunca presintió que
caería el Muro, pero lo que le llamó la atención fue que los alemanes del
lado comunista comenzaran a fugarse hacia Checoslovaquia.
Tanto Alfonso de Toro -quien llegó en 1970 a Alemania proveniente de Nueva
York- como su esposa, son hijos de la Alemania Federal y crecieron en un país
dividido, como resultado de la Segunda Guerra Mundial. En el momento en que comenzaron
las manifestaciones, confiesa que mantuvo cierta incredulidad: "Mi
primera impresión fue que llegaron marcianos... ¿Cómo podía suceder algo así?
Era tan utópico, de ciencia ficción. Hasta que cae el Muro; fue
impresionante, realmente emocionante".
Después de dos décadas aún conserva en su retina el momento en que los
alemanes del oeste cruzaban en sus Trabi (automóvil de la Alemania comunista)
hacia la República Federal, mientras los del este les dejaban plátanos en los
parabrisas y les daban frutas.
Sin embargo, cuatro años después de la caída del Muro - viviendo en Hamburg-
lo llamaron para que se hiciera cargo de una cátedra en Leipzig donde se dio
cuenta de lo que realmente había significado la caída del Muro de Berlín.
Precisa que al llegar a esta ciudad -parte de la entonces RDA y situada a 154
kilómetros de Berlín- la encontró completamente deprimida: "Todas las
casas negras, inundadas. Los barrios no se podían mantener, el carbón se
extraía a ras de tierra y el hollín con el viento llegaba a la ciudad y teñía
todo de negro".
En tanto, la biblioteca de la Universidad de Leipzig, donde hasta hoy imparte
clases, tenía la mitad del ala derecha rota al igual que la parte de atrás.
"La gente trabajaba con los catálogos a la intemperie y se protegían del
frío con unos radiadores de calefacción para soportarlo".
De Toro fue testigo en ese tiempo de la reconstrucción de la ciudad y
"ahí comprendí aquello que habían significado las marchas, ya que en la
Iglesia de Nicolai se juntaban a rezar y a discutir cómo podian derribar el
Muro".
No obstante, advierte que en Alemania se han olvidado que la caída es fruto
de la gestión del ex Canciller socialdemócrata Willy Brandt, "quien
comenzó a hablar con los comunistas y tratar de hacer poroso ese muro" y
de la Perestroika del Mandatario ruso Mijaíl Gorbachov , "a quien no se
lo menciona en Alemania".
Este 9 de octubre, Leipzig celebró el comienzo de la revolución que provocó
la caída del Muro: más de 100 mil personas asistieron a la "Fiesta de
las luces" y ahora esperan el 9 de noviembre para celebrar su caída.
El camino que tomó Alemania
Para Ricardo Riesco lo que acabó con el comunismo fue la revolución pacífica
del propio pueblo, al mismo que las autoridades de la RDA arengaban:
"Wir sind das Volk" (nosotros somos el pueblo). No obstante,
advierte que, tras la reunificación, Alemania continuó partida en dos y de
manera desproporcionada: "Una mitad estaba totalmente marchita y la otra
creció en proporciones".
Explica que, antes de la caída del Muro, "estimaban que el 25% de
Alemania oriental era rescatable. Y cuando se reunificaron se dieron cuenta
de que nada era rescatable".
Riesco recuerda que, tras el reencuentro familiar, había una disposición
total de ayudar, pero con el tiempo se percataron del gigantesco costo que le
significaba a la Alemania occidental la reunificación, lo que se tradujo en
que la disposición se fue atemperando, porque les subieron los impuestos.
Alfonso de Toro agrega que el 60% de la población quedó pésimo: perdieron su
dignidad, identidad, ideología, la ayuda del Estado, el trabajo y la
propiedad, después que el gobierno alemán aplicara una ley que permitía a los
propietarios de la República Federal recuperar sus inmuebles, ya que no iban
a ser indemnizados. "Ello generó que muchos alemanes fueran echados a la
calle", precisa De Toro.
A juicio del catedrático de la Universidad de Leipzig, la mayor pérdida de
los alemanes tras la reunificación fue la solidaridad. "Como en la
Alemania comunista eran casi todos iguales y no podían salir, se ayudaban
entre las familias y los amigos. Eso se rompió y esa gente quedó con un
veneno adentro, y luego pasaron a manos de los neonazis".
En tanto, Riesco advierte que el factor de la identidad cultural todavía pesa
y divide a Alemania entre ossis (oeste) y wessis (este). Estas diferencias
también son reconocidas por Alfonso de Toro, quien explica que hasta hoy se
materializan en los salarios: "Los alemanes del lado comunista recibían
un 30% menos, provocando problemas con las pensiones. Esto ha evolucionado,
pero aún no están en el mismo nivel".
El que Alemania logre la homologación, señala Riesco, "va a llevar un
tiempo largo, porque es un problema cultural, de formación de las personas,
no material. Uno es muy hijo de sus tiempos y va a tener que nacer una nueva
generación".
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